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Lugar. Repensando las transiciones intelectuales a la democracia (página 2)



Partes: 1, 2

Trabajos como los de Lesgart (Lesgart (2003; 2004), Quiroga
(Quiroga: 2003), Mansilla (Mansilla: 2003), Hernandez
Rodríguez (Hernandez Rodríguez: 2003) pertenecen a
dicha corriente de pensamiento.
Por lo general son trabajos muy documentados, hiperdescriptivos
hasta la saturación y apologéticos en
relación a los traspasos intelectuales.
Los aduna intentar construir un ilustre lazo genealógico
con aquella época, es más, su posición
escrituraria construye una heráldica, un lazo de
continuidad. Esta historia es la trama de una
herencia, un
hilo genealógico cuyo sentido unívoco es la
apología identificatoria. Así, Lesgart plantea al
principio de su estudio: "El autoritarismo, entendido como lo
opuesto a la democracia y
la práctica de la revolución, cómo aquello que
también la niega, fueron las ideas en las que me
formé académica, intelectual y epocalmente"

(Lesgart, Cecilia: 2003, 13). La escritura
sobre el tema es la historicidad de un derecho convenido con el
pasado; estos estudios despliegan su recorrido y se desarrollan
al interior del imaginario generado por el viraje intelectual
alfonsinista. El lazo epigonal puede ser rastreado también
en Mansilla, cuando dice que "a partir aproximadamente de
1980, los intelectuales jugaron un importante papel en el llamado
proceso de
transición a la democracia, cuando asumieron la
importantísima función de
redescubrir los valores
permanentes (y no sólo instrumentales o temporales) de la
moderna democracia representativa y pluralista y de los derechos humanos,
de hacerlos públicos y adaptarlos a las realidades
específicas de los países respectivos. Los
intelectuales comenzaron a criticar, además la
vinculación de dilatados sectores de las izquierdas con la
tradicional cultura del
autoritarismo, centralismo y
burocratismo y con el rol fatal de las utopías
globalizadoras"
(Mansilla: 2003,27). Al mismo tiempo,
Quiroga alaba el viraje por "el descubrimiento de la
democracia y el compromiso que habrán puesto
-los
intelectuales- en su construcción" (Quiroga, Hugo: 2003,
213). Los estudios de esta corriente se basan en consolidar y
naturalizar la racionalidad de las decisiones de pensamiento que
habrán conducido a los intelectuales hegemónicos
alfonsinistas de la revolución al consenso. Con estas
posiciones el viraje deviene saber normalizado,
genealogía, indagación del sitio de procedencia de
una comunidad de
pares. Hay un espejo hórrido para estos autores con el
cual delimita la nueva configuración intelectual
contemporánea al alfonsinismo: las pretensiones, vanas,
del intelectual comprometido sesentista-setentista. En los 80"
"mas que en cualquier otro momento, se estableción la
responsabilidad de los intelectuales como
militancia activa. No hubo opción para aceptar los
compromisos de otra forma y menos como propios del pensamiento y
reflexión. Las consecuencias fueron devastadoras para el
medio intelectua.l (…) En América
Latina la academia marxista cayó en el bizantinismo o en
la más lamentable ideologización e impidió
la creatividad y
el avance de las disciplinas"
(Hernandez Rodríguez,
Rogelio: 2003, 53). Hay cierto finalismo en la lógica
interna de estas interpretaciones. La parusía del
espíritu profesional del cientista social ha tenido que
pasar por momento de su radical negación, los compromisos
emancipatorios, para llegar luego a su realización, a la
superación de todas sus contradicciones y a reencontrarse
con esencia extrañada: la profesionalización plena. Dentro de esta
corriente, sin embargo, el aporte más importante lo
realiza Lesgart, cuando plantea que es a partir del par
dicotómico dictadura-democracia desde donde hay que pensar el
viraje intelectual: "La democracia, marca la
consitución de una idea límite que permite pensar
en contra de lo no querido como proyecto de
sociedad: el
autoritarismo (…) la democracia, utilizada como
término e idea, tiene el poder de
impulsar otra historia, opuesta al autoritarismo, al ideario
socialista aglutinado detrás de la idea de
revolución"
(Lesgart, Patricia: 2003, 68). El
prismático conceptual que parte aguas en los virajes
intelectuales de los 80" es el democrático, opuesto, como
un espejo trágico, al autoritarismo de izquierda o
derecha. De cualquier modo, ésta iluminación es pronto oscurecida por la
debilidad de fondo de esta corriente interpretativa: la
apología identificatoria constructora de una
heráldica.

2 –
Interpretación democrático
socialista

Tenemos en este caso el trabajo de
Burgos (Burgos, Raúl: 2004) acerca de los gramscianos
argentinos. Entramos, con él, en la historia, no ya de un
origen pleno de sentido, sino de un problema. Burgos problematiza
el viraje político de los intelectuales que estudia
(fundamentalmente el grupo fundador
de de la revista
Pasado y Presente que, a fines de los 70", inmersos en el
exilio mexicano darán vida a la revista
Controversia y con el advenimiento del proceso, como se
dice, democrático, conformará el Club de Cultura
Socialista y, finalmente, la revista La ciudad
Futura). Para el autor, la dictadura abrió "una
coyuntura histórica donde se constituye, en la izquierda
intelectual y política, un nuevo
modo de pensar la relación entre democracia y socialismo
(…) estaba surgiendo la idea del socialismo como
radicalizacion de la democracia"
(Burgos, Raúl: 2004,
305). Lo que aparece es una nueva visión
estratégica que lleva cuestionar el pensamiento y la
praxis
política pretérita: la idea de la dictadura del
proletariado leninista, la conceptualización instrumental
del estado y la
política, el papel de la violencia. Al
mismo tiempo este rechazo llevó a recuperar a las
libertades políticas
y el resguardo del derecho, para los intelectuales, como un bien
preciado. Para el autor las contribuciones intelectuales de la
época, signadas por dar un nuevo cauce al cambio social
socialista, trataban "de pensar el proceso de
transformación socialista que destacando la centralidad
táctica y estratégica del concepto y de la
práctica democrática"
(Burgos, Raúl:
2004, 304) eran "contribuciones legítimas para el
pensamiento transformador latinoamericano"
(Burgos,
Raúl: 2004, 209). Esa senda será una vía
cerrada cuando se recupera la institucionalidad
democrática argentina, pues para el autor, con la
transición "la perspectiva institucional inmediata a la
transición dislocaría la posición de algunos
de los actores del debate de los
planteos integrales
(políticos y sociales) y estratégicos (democracia y
socialismo) hacia un abordaje predominantemente institucional,
que debería ofrecer los elementos teóricos para una
transición segura a partir de los regímenes
militares instaurados en el subcontinente"
(Burgos,
Raúl: 2004, 308). Así, los gramscianos argentinos,
con la democracia, "adherirán a una posición
fuertemente institucional de la acción
política"
(Burgos, Raúl: 2004,309). La lectura de
Burgos nos hace recordar que el itinerario de la
metamorfosis intelectual fue un proceso complejo,
traumático y paulatino, no el mero devenir, el despliegue
sin fisuras de una esencia profesionalizada. Lo interesante de la
posición de Burgos es que enfatiza los quiebres en el
itinerario bifurcado de los virajes intelectuales. En esa
historia habrá habido también sendas abandonadas,
decisiones de pensamiento laterales, que impiden la
construcción de una vía recta. A lo sumo una
debilidad tiene la interpretación: la cercanía,
pero no empatía, que tiene el autor, con la senda de
renovación del pensamiento socialista abandonada
post-instauración democrática. La
interpretación rezuma cierta nostalgia al hablar el autor
de esa renovación posible como una oportunidad perdida
para el pensamiento socialista.

3 –
Interpretación de la izquierda
tradicional

Sus exponentes principales son James Petras (1990, 1993) y
Agustín Cuevas (1998). Para ambos autores los virajes
intelectuales de los 80" se explican porque la violencia estatal
dictatorial de un lado, y las agencias internacionales del Norte
con su sistema de
financiamiento
intelectual, habrán cumplido efectos domesticadores e
inhibidores sobre los otrora intelectuales orgánicos,
trastocándose en intelectuales neoliberales. En palabras
de Petras "la investigación conducida por institutos
norteamericanos (…) revela un marco ideológico
densamente influido por las agendas política de las
agencias de financiamiento externo",
y su objetivo
sería "establecer la hegemonía ideológica
entre los intelectuales latinoamericanos, dado que éstos
sirven como un importante terreno de reclutamiento
para la clase
política de centro izquierda"
(Petras, James: 1990,
92). Así, las metamorfosis intelectuales son explicadas
por causas externas: venalidad intrínseca o la
traición inducida. La dinámica denuncialista de la
"traición intelectual" connota un sesgo conspirativo a la
explicación. Cuevas sigue esa vía, "Perseguida
por los militares y otros entes de derecha, y desde luego por las
fuerzas más retrógradas del imperio, aquella elite
intelectual no tardó en enrolarse en ciertas instituciones
y organismos internacionales, así como en conseguir apoyo
de fundaciones de los mismo Estados Unidos y,
con mayor razón, de Europa
Occidental. Si hasta hacía un lustro el sueño de
todo sociólogo sudamericano había sido el de
convertirse en guerrillero, ahora, su mayor anhelo
consistía en montar un proyecto y, de ser posible, abrir
su centro de investigación"
(Cueva, Agustín:
1988, 34). Esta interpretación constata un viraje y lo
impugna sin más. Por supuesto, su fortaleza es la
evidencia palpable. Pero esa evidencia es cegadora, pues encierra
una teleología. El porvenir de la cosa liberaría su
verdad. Los autores toman una de las resultantes de los traspasos
intelectuales, la mercantilización cada vez más
abierta de la producción intelectual y lo transforman en
prisma unívoco para conferir sentido al pasado. Pero la
ceguera denuncialista no sería tan grave si no
prescribiría un efecto restauracionista: la
política marxista derrotada de los setentas no
sufriría, desde esta óptica,
ninguna crisis
cualitativa, basta tan solo iniciar una cruzada contra los
renegados para recupere el lugar perdido.

4 –
Interpretación posmarxista

Lewcowicz, por su parte, analiza las metamorfosis
intelectuales desde un abordaje por entero heterogéneo a
los arriba reseñados. Para el autor, el viraje intelectual
contemporáneo a la transición democrática
inaugura las "prácticas Halperin" -obvio, por
Halperín Dongui, emblema, gurú y guía de
nuestras prácticas historiográficas-. Las
prácticas Halperin marcará, para Lewcowicz, el
devenir profesional del intelectual. Es más, la
multiplicidad temporal que habitamos puede ser pensada por el
querer tanto a Tulio. Lewcowicz hace de la
consagración tardía de Halperín el nombre de
una cesura y de un cambio intelectual. Esta cesura, esta
metamorfosis, cuyo síntoma es Halperín, es
inseparable del desfondamiento de la figura del intelectual
moderno, pues, según Lewcowicz, en la figura subjetiva del
profesional en ciencias
sociales, invención situada y contemporánea a
la transición alfonsinista, "el pensamiento conjetural
de trincheras, se trastoca en moroso conocimiento
de instituto
". En esa configuración, las realidades
han dejado de ser, para la nueva figura profesionalizada, el
campo donde se plantean y resuelven los conflictos
reales. Las "prácticas Halperin" indican la distancia con
la cosa estudiada y la escritura desde una situación
trascendente. La adopción
del credo
democrático, la apología de las formas consensuales
de la política, hace uno con la conformación de un
modo de producción intelectual profesionalizado cada vez
más sustraído a los imperativos coaccionales, para
el pensamiento, de la militancia. La supuesta liberación
de los credos trascendentes es, en rigor, liberación del
pensamiento de los problemas que
indica la situación, y la adopción de un
hiperrealismo sapiente. En esta configuración, el
intelectual se trastoca en espectador calificado, es decir, en
una figura profesionalizada, legitimada por su saber. La
adopción de esas prácticas son un efecto inventivo
de la derrota política de los proyectos
transformadores anteriores, pues son precisamente
los intelectuales de los 70" quienes adoptan la figura del
profesional durante la transición democrática.
Entonces, para pensar la metamorfosis intelectual alfonsinista no
hay que pensar meramente un cambio de posición
política: de la revolución a la democracia, de la
ruptura al consenso o del socialismo revolucionario al liberalismo.
Con la derrota política del proyecto cuyo emblema y
guía es el Cordobazo,
todos los protocolos de
existencia intelectual son trastocados. De la misma manera que la
producción de un orden, y no el desacuerdo, es el vector,
en la versión profesionalizada, que ordena  la
producción intelectual; el saber, al mismo tiempo,
nominación clasificatoria de los predicados ya existente
en la situación, reemplaza al pensamiento, que siempre
abre agujeros en el saber, que produce en lo insabido. Del
intelectual al profesional, de la revolución al consenso,
del pensamiento al saber, son metamorfosis no separadas sino
juntas, paralelas (Lewcowicz, 1997).

Con el aporte de Lewcowicz entramos directamente en la
historia de las subjetividades intelectuales de la
transición democrática. Es decir, historia de la
invención de un nuevo lugar, un nuevo soporte efectivo y
una nueva discursividad. Su mirada nos interesa porque, si bien
desmontando sin concesiones el proceso analizado, no deja de ver
su productividad,
la invención polimorfa que, en la configuración de
lo pensable y en lo subjetivo, habrá implicado.

En lo que sigue intentaremos profundizar las implicancias
conceptuales de ésta cuarta vía. Es decir,
intentaremos desplegar sus coherencias por el sesgo, método
interno a la realidad textual de Lewcowicz, de la
invención conceptual.

Desplegaremos para ello tres nombres para acercar a lo
pensable los virajes intelectuales: Termidor, sujeto
reactivo
y sofista. Una vez más, un nombre es
el soporte de unas determinadas prácticas de pensamiento,
es el intento de construcción de un lugar a lo pensable.
Es decir, esos nombres no intentan probar la catadura moral pecadora
de tal o cual, sino situar un protocolo de
pensamiento. Si una política no tiene héroes, no
tiene por qué haber traidores. Por supuesto, todo lo que
sigue es más experimental que otra cosa. Pero, acaso, la
instancia colectiva de pensamiento que nos reúne,
¿no es el lugar adecuado donde desplegar invenciones,
sopesar las lagunas de una apuesta, bifurcar los senderos?

Entonces lanzo los dados, asumo un riesgo y apuesto
esos tres nombres para poder pensar los virajes intelectuales de
los años alfonsinistas.

La intentona es hacer de termidoriano, sujeto reactisvo y
sofista categorías del pensamiento; por entero
sustraídas al dedo acusador que indica la culpa del
traidor.  Construir, con esas categorías, no vectores de
la moral, sino
zócalos desde donde pensar una invención del
pensamiento político. Una invención, claro
está, reactiva del pensamiento político.

Indagar lo pensable de las bifurcaciones del pensamiento
político de los intelectuales alfonsinistas en adentrarnos
en los territorios de una cesación, de una clausura en las
mallas del tiempo. La intelectualidad hegemónica de la
transición a la democracia se constituye bajo el sesgo de
un efecto de frontera
respecto de un pasado radicalizado -ligado cambio violento- que
se quería conjurar y las prescripciones consensuales para
construir un orden.

Termidor

El concepto tiene mala prensa,
teñido, ¡horror!, de trotskismo. Sin embargo su
historia es más antigua, más remota. Si no hacemos
caso de la pobreza
catalogadora del presente, podemos asir mejor la categoría
en su propia carnadura. Claro está, debemos sustraer el
concepto con la diatriba moral que designa la traición,
para erigirlo en un concepto del pensamiento. ¿Qué
designa Termidor? Representa el mes en que son guillotinados los
robespierristas, comienza la persecución contra los
jacobinos y se clausura la etapa radicalizada de la revolución
francesa. Casi un siglo y medio después, León
Trotsky, el profeta desterrado, lo utilizará para nombrar
la contrarrevolución stalinista. En ambos casos es el
nombre que se le otorga al momento en que la revolución,
al decir de Saint Just, se congela. En ambos casos es el nombre
de que algo, en el interior de una política, ha cesado. Mi
intensión es, deslizándome de cualquier
prisión historicista, construir el concepto de aquella
disposición del pensamiento, que es también una
posición subjetiva (reactiva), que adviene ante la
cesación de una política radicalizada. Termidor es
el espacio subjetivo y discursivo que se abre cuando se agota una
secuencia de la política emancipatoria. Termidor es la
subjetividad, autoconciente, de un desplazamiento, pensante e
inventivo, que emerge como efecto de una derrota política
revolucionaria. Por supuesto, se objetará, con
razón al fin y al cabo, que entre la revolución
francesa, rusa, y el proceso post-69" argentino, no hay
comparación histórica posible y que, de la manera,
sus termidores son heterogéneos. Aquí, se
comprenderá, no estamos hablando de historia, sino de
conceptos que nombran determinados lugares de lo pensable. Cada
secuencia política -así como los efectos de su
derrota-  habrá tenido su propia singularidad, lo que
no impide construir el nombre intemporal de lo que adviene bajo
el signo de una cesación de la política. Creemos
que los distintos termidores poseen rasgos formales pensables
desde un nombre común.Con Termidor se abre al pensamiento
aquello que operó en la derrota, del imposible,
después de agotada una secuencia política, con el
que topa su posible re-invención.

¿Qué
similitud transtemporal podemos inferir de la subjetividad
termidoriana como efecto de una cesura temporal y la clausura de
un posible inicio?

a)     la subjetividad política,
con Termidor, comienza a ser derivada de la necesidad de un orden
estatal y a interiorizar la imposible concreción de las
máximas políticas que movilizaban las conciencias
en el pretérito. La subjetividad termidoriana es la que
administra lo posible, lo posible de la política, pero
también lo posible de lo pensable. Lo posible,
racionalizado como naturaleza o
con el nombre de realismo, es
la
organización de un estado ordenado, signado por la
concordancia. El termidoriano es teórico de la
conciliación, hermeneuta del orden consensual estatal.
Termidor, entonces, es un proceso de estatización de las
conciencias públicas. En rigor, un termidoriano no es
mucho más que un donador de sentido al consenso
societario-estatal. Su duelo -de la política
emancipatoria- no es simplemente el registro de un
mero abandono, es la invención interiorizada de una nueva
senda, el realismo estatista como emblema y signo. A su vez,
Termidor es el nombre del abandono de la fe en la potencia creativa
de las masas, es decir, el rechazo de la presentación
múltiple por la representación estatal. El
termidoriano es el pensamiento de la inclusión estatal, no
es casual que desde esta perspectiva se naturaliza que
sólo es pensable aquel proceso que está incluido
-representado- por el estado.
Para el termidoriano cada cosa tiene que estar en su lugar.

b)    El pensamiento termidoriano, al estar
signado por la utopía del acuerdo nacional, es un
teórico de la reunificación nacional. Termidor
opera clasificando, buscando que cada cosa coincida con su nombre
y lugar. Por cierto, la política emancipatoria, cuando es,
opera a contrario, desestructurando el orden de los seres,
lugares y nombres. El termidoriano inventa nombres que distancian
al pasado, ligado a los poderes de los sueños e
ilusión, de un presente signado por la seriedad y
responsabilidad política. Con Ranciére
(Ranciére, Jacques, 1996), podemos decir que los
termidorianos no cumplen funciones
políticas, sino policiales, pues para la cuenta inclusiva
policial, lo que no es incluido no merece dignidad
existencial para el pensamiento. La utopía del
termidoriano es el realismo posibilista.

c)     Si los termidorianos reniegan de la
intentona militante pasada con fruición es porque, en
todos los casos, ellos mismos han sido sus actores. De
allí que al anunciar la clausura de esa experiencia, lo
hagan con el fervor del recién converso. El juicio
termidoriano sobre su propio pasado opera desarticulando la
singularidad de la cual esa subjetividad proviene. La
operación termidoriana consiste en desarticular el nexo
entre las arbitrariedades y violencias que una decisión
política pone en juego de las
convicciones y principios que la
han motorizado. El sintagma cansado de totalitarismo opera de ese
modo. El marxismo
habrá fracasado, desde ese paradigma,
porque era un relato finalista, dador de un sentido total a la
historia, que instrumentalizaba la política en simple
medio para realizar y cumplir ciertos fines. Pero, más
allá de esa admonición del imaginario liberal
pos-festum, lo real es que nadie hace nada por la promesa de los
días mejores. El sintagma totalitario no tiene por
finalidad formalizar un balance de las intentonas revolucionarias
derrotadas, sino formatear un mecanismo solapado de
absolución: dado que los sueños libertarios
más profundos llevaron a los más obscuros
crímenes, no queda otra que promover el mal menor de la
política que los evita: el liberalismo. Pero este sesgo
interpretativo, al separar el activismo político de todo
principio y situación, al no ver en esa militancia
-irresponsable- más que la violencia sin más
razón que el soporte de un imaginario finalista, no puede
hacer más que ver la derrota -en el caso argentino, por
ejemplo- que desde la trascendencia del imaginario liberal.

Termidoriano nombra una subjetividad que, inmersa en la
cesación de una secuencia política, produce de esa
tentativa su impensabilidad, por desarticulación de sus
enunciados respecto a su propia situación y a favor de la
estatización, del interés
calculable y del emplazamiento.

Sujeto
reactivo

No solamente la política radical tiene sus formas
subjetivas. También hay una subjetividad que adviene con
la derrota. Una subjetividad que balancea la derrota en clave
derrotista. Esta subjetividad es reactiva en relación a
aquello que se pensó e hizo durante la secuencia
política derrotada. No puede entenderse su recorrido si no
se advierte las convicciones de donde viene y de las cuales
quiere escapar. Ante la cesación de un modo de pensamiento
de la política emancipatoria -que habrá tenido sus
decisiones propias, sus fundamentos etc.-habrá una
subjetividad constituida en el balance negativo acerca de todo lo
actuado. La subjetividad reactiva es una subjetividad
delimitante, que refiere al pasado como aquello que debe ser
rechazado, el telón negro que signa la historia
trágica, y del cual el presente debe abjurar. Por eso es
lógico que el sujeto reactivo componga ante todo
cláusulas de interrupción temporal, es decir, las
prescripciones del presente son internas a la distancia con el
pasado. No debemos pensar tanto la productividad de esa figura
reactiva de pensamiento como la analítica de un balance
racional, sino como la confesión de un desgarramiento
subjetivo. Es decir, como una analítica confesional. La
confesión del devenir otro de la subjetividad
política derrotada.

Sofista

Por supuesto, como en el caso de Termidor, hay dos
advertencias a realizar. Sofista es la nominación de un
lugar del pensamiento, no el dictamen de una sentencia. Del otro,
no hacemos aquí mención a los sofistas
históricos -Gorgias, Protágoras o Calicles-, sino a
un concepto transtemporal, que indica, no una historicidad
determinada sino, nuevamente, una emplazamiento de lo pensable.
Lo que caracteriza al sofista es que trata de reemplazar la idea
de verdad por la idea de regla.

No hay, para el pensamiento de la política, más
que convenciones, regulaciones y relaciones de fuerza. Si
pensamos la productividad de la metamorfosis intelectual de los
80" nos topamos que en ella la regla, la apelación a la
norma y al derecho, es la esencia de la escena consensual
democrática. Al fin y al cabo, lo que desean es la buena
Ley, el buen
Estado. En efecto, somos contemporáneos a la aparente
perpetuación de ese ejercicio de pensamiento
político sofístico. El pensamiento sofístico
de la política es hoy hegemónico, mayoritario. Para
el pensamiento sofístico el libre juego de las opiniones,
el reino del coloquio y de la opinión, devienen parte
constitutiva de la arkhé, en principio reunificante
del cuerpo político. Así, la idea de verdad o de
convicción es reemplazada por la idea de regla para pensar
la política. La sofistica es un lugar de pensamiento que
opera desplazando la categoría de verdad en
política, instaurando el reinado de la libre
opinión por la cosa pública y el primado de la
regla consensual estatal. La crítica
a la política marxista, rechazada por su univocidad de
sentido, por la verdad total y totalitaria que habrá
desplegado, fundando políticas criminales, implicó
un retorno brutal y simple a la teoría
liberal-sofística, regulada por el derecho, de la
política. Además, la disposición intelectual
sofística dispone un armazón conceptual que designa
que lo criticado no debe regresar nunca más; el sofista
declara el acta, los fundamentos de un destierro.

Vale aclarar que pienso estos conceptos, siguiendo a Adorno, como
constelaciones. Vale decir, como fuentes
primarias de luz y
energía que intenta ordenar el pensamiento de una manera
no jerárquica, sin priorizar un concepto sobre otro. Es
más, los tres son indisociables. A lo sumo, enfatizan un
aspecto  del problema. 

Sujeto reactivo nomina la relación de cesura de
una subjetividad política en relación a su pasado.
La escisión temporal es su fundamento, la discursividad
del signa al sujeto reactivo marca el signo de un desgarramiento
interno. Es decir, la sujetividad reactiva es una capacidad
política de apelar al pasado por el sesgo de construir con
él una tradición negativa, hórrida, que
formatea la legitimación de un discurso
organizado emplazando una frontera, un balance bifurcado respecto
a aquellas experiencias.

La sofistica marca un lugar de lo pensable, una
ubicación del pensamiento que tiene como principal vector
la opinión -sin verdad- y la regla.

Y la termidoriana  prescribe y configura lo
pensable de una política determinada -un estado liberal
consensual-. En esta versión, el pensador político
es un hermeneuta del consenso estatal, un agente de la
concordancia.

Espacio de experiencias (sujeto reactivo), lugar de lo
pensable (sofístico), y horizontes de expectativas
(termidorianas) así, deben, en la cartografía del pensamiento político
argentino de los intelectuales hegemónicos alfonsinistas,
ser pensados conjuntamente.  La constitución de estas subjetividades, claro
está, configura una invención para el pensamiento.
Pero, si vemos como ha hecho abandonar sendas, obturar caminos
renovadores para el pensamiento socialista, obsesionada -esa
nueva figura- por garantizar un orden estatal consensual,
también se comprenderá que configura un desastre
para el pensamiento. A partir de su establecimiento, si la
política es pensable, solamente lo es desde el sesgo de la
despolitización de la voluntad transformadora. La
termidoriana es una analítica sintomal de un agotamiento
de la capacidad para re-pensar la política emancipatoria.
El termidoriano piensa, no la política, sino su retiro
estatal-consensual.

La crítica a la política marxista es, claro
está, un retorno brutal y simple a la teoría
liberal de la política, pero también el despliegue
de estas constelaciones intelectuales dispone un armazón
conceptual que designa que lo criticado no debe regresar nunca
más.

No se puede más que estar de acuerdo cuando se postula
la debilidad del pensamiento socialista para inventar nuevos
itinerarios, las dificultades en realizar balances
críticos de la experiencia setentista, etc. Pero esta
situación problemática no es heterogénea a
la clausura para el pensamiento socialista, en el registro de un
abandono inventivo, que implicó el pensamiento renovador
de los intelectuales alfonsinistas. Ellos habrán,
coaccionados por las necesidades de brindar un sentido al orden
parlamentario naciente, invisibilizado el posible legado de las
experiencias setentistas. Sin embargo, no reviste menor
importancia que la adopción del liberalismo -nominada bajo
el sintagma de la renovación- no pudo hacer otra cosa que
desviar sendas, impedir una verdadera reformulación al
interior del pensamiento socialista. Termidor configura un
desastre para el pensamiento socialista, pues lo hace travestir
con el liberalismo. Indagar esos protocolos de pensamiento,
desnaturalizar sus procedimientos,
situar su discursividad, inventar conceptos para su
desplazamiento, es condición esencial, creemos, para la
configuración real de una izquierda posmarxista y
postsetentista.

Bibliografía
citada:

-BURGOS, Raúl: Los gramscianos argentinos;
Buenos Aires;
Siglo XXI;
2004.                           

-CUEVA, Agustín: "Sobres exilios y reinos. Notas
críticas sobre la evolución de la sociología latinoamericana", en Estudios
Latinoamericanos, Vol 3,
México.

-HERNANDEZ RODRIGUEZ, Rogelio: "Los intelectuales y las
transiciones democráticas" , en Intelectuales y
política en América Latina
(Hofmeister,
Wilhelm y Mansilla, H.C.F comp),
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-LESGART, Cecilia: Usos de la transición a la
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; Rosario; Homo Sapiens; 2003.

-LESGART, Cecilia: "Itinerarios conceptuales hacia la
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historiografía militante en Argentina y Uruguay
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-LEWCOWICZ, Ignacio: "Una mirada sin embargo sombría",
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-RANCIERE, Jacques: El desacuerdo, Nueva Visión,
1996.

 

 

Autor:

Juan Manuel Nuñez

(UNR-CONICET)

Partes: 1, 2
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